Su artículo “De la beauté terrifiante et comestible de l’architecture Modern’ Style”, de 1933,2 llega más lejos al punto de definir el arte de Gaudí como “comestible”, asignándole condición de vital, nutritiva, frente a la esterilidad que percibe en los dogmatismos artísticos entre los que incluye la por entonces instalada e indiscutible corriente funcionalista.
Estas ideas fueron enunciadas en momentos en que la tendencia dominante era menospreciar la arquitectura de Gaudí y el Art Nouveau en general por considerarlos extravagancias formales de un pasado ya superado por la “modernidad”.
En 1950 escribió en un artículo en la revista Vogue: “En el Passeig de Gràcia encontraréis ejemplos sensacionales de este tipo de arquitectura delirante, verdadera música debussiana solidificada”.3
Dalí definió a la obra de Gaudí como “arquitectura blanda”. Esto que podría interpretarse como una expresión peyorativa es en su caso el mayor de los elogios, especialmente por haber sido dicho a Le Corbusier para graficar la oposición entre la arquitectura gaudiniana y la rigidez dogmática de la del suizo. La anécdota fue contada por Dalí en su famosa conferencia en el Park Güell de 1956, donde agregó que la arquitectura será “peluda”, gracias a él mismo, “y entonces elevaré miradas al poder creador de Gaudí”.